Las pequeñas cosas que me devuelven la inspiración (cuando se va)

Hay temporadas en las que me cuesta mucho sentarme a crear. No por falta de ideas, sino porque siento una especie de niebla espesa entre lo que imagino y lo que soy capaz de hacer con las manos.

Antes esto me generaba mucha frustración. Me obligaba a seguir. Me decía a mí misma: "venga, siéntate, haz algo, lo que sea". Pero con el tiempo he aprendido que esa sensación —la de estar bloqueada, desconectada, sin inspiración— no se resuelve insistiendo y perseverando, sino dejando que todo fluya.

La inspiración, al menos para mí, no responde a los gritos. Susurra. Y solo se deja escuchar cuando hay espacio para ello.

La trampa de la presión constante

Vivimos en una época en la que se espera que estemos siempre inspiradas, siempre creativas, siempre produciendo. Si tienes un proyecto propio, si te dedicas a algo artístico o artesanal, seguro que sabes de lo que hablo.

Hay una presión sutil (y a veces no tan sutil) por mantener la rueda girando. Redes, lanzamientos, novedades, piezas nuevas, ideas frescas, contenido, ventas. Y sin darnos cuenta, empezamos a exigirnos que la creatividad funcione como una máquina bien engrasada. Pero no lo es.

La creatividad es cíclica. Tiene su propio ritmo, y muchas veces se parece más a una respiración profunda que a una línea recta. Hay momentos de expansión y hay momentos de recogimiento. Y ahí, en esos días más lentos, he aprendido a no entrar en pánico. He aprendido a mirar lo pequeño.

Cuando no llega “lo grande”, me apoyo en lo pequeño

Lo que me devuelve la inspiración no suele ser una gran idea, ni una epifanía espectacular. Casi nunca viene de una imagen perfecta en Pinterest ni de un paseo por una galería. Lo que suele devolverme las ganas, la conexión, la emoción… son cosas mínimas, cotidianas. Pequeños gestos que me devuelven a mí.

Algunos ejemplos

  • Encender una vela en el taller y quedarme observando cómo baila la llama.

  • Limpiar mi mesa de trabajo sin objetivo alguno, solo para ordenarme también por dentro.

  • Mirar una pieza antigua y pensar: “esto también fue difícil de hacer… y aquí está”.

  • Releer una nota que alguien me escribió después de comprar una pieza y recordar por qué hago lo que hago.

En todos esos pequeños actos hay algo de ceremonia, aunque no lo parezca. Algo que me dice: “estás aquí, sigue escuchando”.

¿Y si no pasa nada?

También he aprendido a respetar los días en los que, a pesar de todo, no pasa nada. No hay chispazo. No hay magia. No hay creación.

Y está bien.

No todos los días tienen que ser productivos para ser valiosos. A veces lo único que se puede hacer es parar, cuidarse, respirar.

Lo que me ayuda es soltar la exigencia, y pensar en la inspiración no como algo que me pertenece o que tengo que provocar, sino como algo que me visita cuando estoy disponible para recibirla, muchas veces sin esperarla.

Cuidar el terreno

Hoy, cuando me preguntan qué hago para estar inspirada, contesto que cuido el terreno. Porque la inspiración es como una semilla: no crece en cualquier sitio. Necesita suelo fértil, agua, luz, y sobre todo… necesita descanso. Hace tiempo no habría contestado esto, y es que llegué a quemarme buscando la luz de la inspiración.

Por eso me regalo pequeños lujos cotidianos que no tienen que ver con el rendimiento, pero sí con la conexión: tomarme un té bonito en una taza que hice con cariño, escribir sin objetivo en una libreta, dejarme estar sin juicio.

A veces, incluso me pongo algo que me recuerda lo que me calma. Los pendientes Ciira, por ejemplo, me conectan con esa idea de círculo, de vuelta al centro. Con lo cíclico, lo que no tiene prisa. Un recordatorio de que todo vuelve, también la inspiración.

No es casual que muchas de las piezas de babbia nazcan justo después de esos momentos. No porque lo esté buscando… sino porque, cuando estoy presente, lo demás acaba llegando solo.

Y tú… ¿qué cosas pequeñas te devuelven la inspiración?

Puede que sea un olor, una canción, una textura, un ritual que solo entiendes tú. Me encantaría que lo compartieras conmigo en la sección de comentarios del blog.

Porque a veces, cuando sentimos que no tenemos nada que ofrecer, basta con recordarnos que lo pequeño también importa. Que lo sencillo también enciende. Que volver a mirar el mundo con ternura es, a veces, todo lo que hace falta.

Y si estás en uno de esos momentos raros en los que todo parece gris: te mando un abrazo, una pausa, y una vela encendida.

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